martes, 25 de enero de 2011

Copyright


El tema de la propiedad intelectual se debate en este país desde hace tiempo. Las descargas "ilegales" de internet están en el punto de mira. Las posiciones son claras y contundentes, como se expresa en este artículo a favor de leyes rígidas contra las descargas ilegales. El autor hace algunas afirmaciones bastante impresentables, como por ejemplo "Hasta ahora, la Red no ha creado nada mejor que el Quijote o Hamlet en literatura, la Gioconda en pintura o la Novena sinfonía de Beethoven en música, pero sí ha multiplicado las posibilidades de acceso, copia y reproducción". Primero, en poco más de veinte años es difícil hacer más que en los 40.000 últimos años (desde que el ser humano empezó a pintar las grutas con dibujos maravillosos) y segundo, la lista de cosas increíbles que hace internet podría ser interminable (la secuenciación del virus del SARS en poco más de 15 días se consiguió gracias al trabajo en red, por poner un ejemplo). El autor no reconoce el impacto de internet que permite el acceso de la mayoría a una inmensidad de conocimiento (gracias al teléfono móvil este acceso es posible hasta en países en vías de desarrollo). A pesar de Cervantes, Shakespeare, Leonardo o Beethoven antes sólo unos pocos podían acceder al conocimiento. Si la propiedad intelectual sirve para las élites, mejor buscar otras alternativas.

El mercado es un buen terreno para la innovación. Pero no todo puede dejarse en manos del mercado. El urbanismo, la educación o la salud no pueden dejarse exclusivamente en manos del mercado. La propiedad no da derecho a todo. La propiedad de un terreno no permite edificarlo de la manera que se quiera, sin respetar las normas urbanísticas. La propiedad de un terreno no permite impedir el paso. Las servidumbres de paso son un derecho común (con algunos ejemplos preciosos como el "Camí de cavalls" de Menorca).

La propiedad tiene límites y uno de estos límites es el bien común. Las bibliotecas cumplen esta función: permiten el acceso gratis a los libros. Esta posición la defiende, en parte,  Robert Darnton, en un libro precioso titulado The Case for Books: Past, Present, and Future (2009) (existe una traducción catalana Digitalitzar és democratitzar? El cas dels llibres y una castellana Las razones del libro. Futuro, presente y pasado).

 
Es evidente que hay que pensar en los autores y en el retorno lógico por su esfuerzo. Algunos exagerados llegan a afirmar si se elimina la propiedad intelectual ya no se publicarán libros de poesía (como si los poetas viven de los derechos de autor de los libros de poesía). Hay que resolver la manera de compensar el esfuerzo y, a la vez, permitir el acceso lo más amplio posible al máximo de contenidos. Técnicamente es posible, hay que ver la manera de hacerlo realidad (digitalizar bibliotecas es una opción, pero no la única). Tal como están las cosas, veo más realista la solución Spotify que la de una tienda convencional puesta en internet.

Y todo esto, ¿qué tiene que ver con la salud? Pues todavía no está bien resuelto el acceso individual a la literatura médica. Los contratos institucionales son caros y tienen limitaciones. Las suscripciones individuales no son aplicables en los casos en los que se consultan pocos artículos de muchas publicaciones. Necesitamos un Spotify de las publicaciones médicas. Y mientras no haya una solución satisfactoria habría que pensar en el bien común.

 

1 comentario:

pecoselmer@gmail.com dijo...

Parece necesario, cada vez más montar una nueva revolución cultural, donde los bienes públicos sean más valorados y ensalzados como algo a "proteger" y "difundir". Acciones como las de Stony Stratford, en que toda su población aunó esfuerzos para demostrar que utilizaban su biblioteca pública y que no debía ser cerrada, son una inspiración y creo que son dignas de elogio (Más información: http://blogs.elpais.com/revolución-en-la-biblioteca.html). Ojalá acciones como éstas se llevarán a cabo en otros lugares, para demostrar que debemos cuidar ciertas cosas que tienen un valor intangible más alto que un mero precio de mercado, como nos quieren hacer creer algunos políticos.