En las cenas con amigos a veces hay más discusión que debate. Hace pocos días coincidí con un amigo economista y, excepcionalmente, hubo más debate que discusión. Era inevitable hablar de sanidad y de los recortes. Ambos coincidíamos en el hecho de que la crisis económica es real: casi 5 millones de parados y el paro afecta al 45% de los jóvenes. Por lo tanto, nadie puede sentirse al margen de las soluciones (aunque no sea el causante del problema).
El economista me pregunta sobre las inversiones en sanidad. Y debo reconocer que hasta 2010 las inversiones han sido siempre muy importantes: el presupuesto sanitario catalán ha pasado de 6440 millones de euros (2004) a 9547 (2010). El año pasado, en plena crisis, el presupuesto creció un 4.9%. El economista no lo entiende: crecimiento significativo del presupuesto en plena crisis! “Debe haber aumentado mucho la productividad” (sonríe discretamente). La sospecha tiene poco fundamente (puede consultarse “Salut en xifres”): durante el período 2006-2008 las visitas a atención primaria han pasado de 6,6 visitas/habitante/año a 6,8 visitas/habitante/año, las urgencias hospitalarias han disminuido y los ingresos hospitalarios se han mantenido sin cambios significativos.
El economista se escandaliza ante el descenso de la productividad del sistema sanitario. No tengo argumentos en contra. Un médico amigo mío dijo, en una circunstancia parecidas, que la calidad había aumentado mucho. El economista escéptico sonríe y dice que el argumento “no cuela”. El Barómetro sanitario 2010 pone de manifiesto que la satisfacción de los ciudadanos respecto al sistema sanitario se mantiene casi inalterable (buena) desde el 2005: alrededor del 50% de la población cree que el sistema sanitario funciona bien pero necesita cambios (pero disminuye el porcentaje de encuestados que manifiesta que necesita cambios fundamentales: del 25,3 al 21,6 en el último año). Cuesta sostener el argumento de que las inversiones se han dedicado a mejorar la calidad en plena crisis y más cuando la percepción de la ciudadanía respecto a la calidad del sistema sanitario es suficientemente buena, y esta percepción se mantiene estable desde hace años.
En fin, todo sea por mejorar el “clima laboral” de un sector tan importante como el sanitario, me dice el economista, en un tono del que te tiene entre las cuerdas (dialécticas). Todo puede mirarse desde ángulos muy distintos, pero si no referimos al absentismo laboral en relación al “clima” hay algunos datos sorprendentes. El absentismo laboral en el sector sanitario es muy elevado: 12%. Estos datos son de Osakidetza y se refieren a 2005 (es decir, antes de la crisis). En plena crisis, el absentismo se mantiene, con una media de ausencias de 18 días año por trabajador en el sistema sanitario madrileño. En la Región de Murcia, el absentismo laboral en el sector sanitario se situaba en el 7,52% de los profesionales (2010) mientras que en la población laboral general era del 2,1%.
Salvador Cardús, en un interesante artículo (“La revolta conservadora”) que publica hoy el periódico Ara, sugiere que los recortes no se refieren a amputación sino a adelgazamiento. El mismo autor, en otro artículo reciente, ponía de manifiesto la tendencia a “cargar las culpas en los demás”. Nadie quiere recortes en temas esenciales del estado del bienestar. Es cierto que la sanidad y los sanitarios no se encuentran en el origen de la crisis actual. Pero no es menos cierto que quizás hemos estirado más el brazo que la manga y que, al margen de resistirse a recortes más o menos acertados, hay algunos aspectos de mejora que conciernen directamente a los profesionales, como por ejemplo la mejora de productividad y la reducción del absentismo (o simplemente, la productividad).
domingo, 1 de mayo de 2011
Cenando con un economista
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