Ahora viene el cambio y en las conversaciones entre profesionales del sector es inevitable preguntarse sobre ¿quién será la máxima autoridad sanitaria? No tengo la respuesta, pero se me ocurren cuatro perfiles de autoridad sanitaria:
- Perfil profesional. La máxima autoridad sanitaria sería un médico de reconocido prestigio. El motor de su propuesta quizás sería la eficacia.
- Perfil gerencial. Un profesional con experiencia en la gestión de centros y/o organizaciones sanitarias. La palabra clave sería la eficiencia.
- Perfil técnico. Un profesional del ámbito de los servicios sanitarios (planificación, evaluación e investigación en servicios sanitarios) sin que necesariamente haya tenido experiencia de gestión directa. Quizás la palabra clave sea la efectividad.
- Perfil político. Profesional con o sin experiencia en el ámbito sanitario que, en momentos de crisis le preocupa la sostenibilidad y la equidad.
Pero, ¿qué significa hacerlo distinto? Las medidas a corto plazo ya se han llevado a la práctica (p. ej. los descuentos salariales y los ajustes presupuestarios). A medio y largo plazo las medidas deben relacionarse necesariamente con los cambios en el modelo sanitario. Estas son algunas de mis sugerencias:
1. Llevar a la práctica el principio de “atención centrada en el paciente” (un principio casi gastado antes de aplicarlo de una manera real y consistente).
o Transparencia en lo que se refiere a los datos del proceso asistencial con informaciones relevantes para el paciente: listas de espera, resultados, infección nosocomial, seguridad clínica…
o Respeto escrupuloso al tiempo del paciente
o Considerar las opiniones de los pacientes en la organización y diseño del proceso asistencial.
o Promoción seria y sistemática del autocuidado (co-responsabilidad).
2. Dejar de hablar de Atención Primaria y hospitales. Hay distintos ámbitos asistenciales y profesionales con perfil diverso. La organización sanitaria debe enfocarse a resolver las necesidades de los pacientes, no a fragmentar el proceso en función de los perfiles profesionales (y sin olvidar los dispositivos sociosanitarios). Además, la transformación no afecta únicamente a los médicos. Sin ánimo de hacer predicciones frívolas me atrevería a decir que el cambio será más profundo en otras profesiones sanitarias, como enfermería.
3. El diseño del proceso asistencial es crucial, pero no debería desligarse de los resultados. Al final, al ciudadano le importa relativamente poco cómo nos organizamos, lo que le importa es la garantía sobre los resultados, el riesgo que debe asumir para conseguirlos y las incomodidades que le generará la organización sanitaria de la que nos dotamos (es lo que se conoce como rersponsividad)
4. En momentos de crisis la sostenibilidad es crucial, especialmente para mantener los aspectos esenciales del estado del bienestar. Por este motivo se necesitan gestores eficientes (y valientes) que apuesten por la solvencia de las instituciones sanitarias y que tomen decisiones que deben tender a la concentración de servicios (y si sobran camas hay que cerrarlas), identificar las poblaciones más vulnerables que a su vez tienen un gran impacto sobre el sistema (enfermos crónicos graves, la atención de los cuales quizás debe confiarse a equipos multidisciplinarios cuyo perfil no es ni el del equipo de atención primaria ni el equipo especializado hospitalario) y diseñar dispositivos asistenciales flexibles, escalables y próximos a la comunidad. Habrá que hacer más (y mejor) con menos y este mantra no lo sostiene cualquiera.
5. La inversión en sistemas de información debe ser uno de los pilares de esta manera de “hacerlo distinto”. Las TIC’s deben incluir internet y herramientas 2.0: algunos gerentes todavía bloquean los puertos USB de los ordenadores de los profesionales (para evitar fugas de información, dicen) y no creen en el poder de las redes sociales.
Me parece que de algunas de estas consideraciones puede deducirse con facilidad que el reto, desde mi punto de vista, no está en hacerlo mejor sino de una manera distinta.
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